IV Domingo del Tiempo Ordinario
Enero 28 de 2018
Primera Lectura: Deuteronomio 18, 15-20
Salmo responsorial: 94, 1-2. 6-7. 8-9 (R.: 8)
Segunda Lectura: I Corintios 7, 32-35
Evangelio: Según San Marcos 1, 21-28
Reflexión
El pueblo de Israel estaba acostumbrado a la labor que los profetas realizaban en medio de ellos. Hoy quizás no tenemos la conciencia de la existencia de los profetas, nos parece (equivocadamente) que este oficio ya no existe, pero la realidad es otra. Cada uno de los bautizados en razón del sacramento recibido empieza a ser partícipe del profetismo de Cristo, teniendo en cuenta que Cristo es el Profeta de los profetas.
¿Pero quién es un profeta? Es ante todo un enviado de Dios, que habla precisamente en nombre del Señor, cumpliendo una misión que consiste en hacer ver al pueblo su situación frente a Dios y frente a los mismos habitantes del pueblo.
Las características propias del profeta tienen que ver con la fidelidad al mensaje recibido y que debe poner en conocimiento de la comunidad, sin tratar de sobresalir por encima de la esencia misma del mensaje donde es Dios quien habla.
Hoy el ministerio profético esta vigente a través de la Palabra contenida en la Biblia y que es explicada y puesta en el contexto de nuestra realidad. Es por eso que no podemos permanecer sordos a esta Palabra, de ahí que la misma Palabra nos advierte: “A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas”. Y el salmo nos dice: "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón»."
En la medida en que escuchemos la Palabra vamos a dar un sentido a nuestra relación con Dios, no nos podemos dejar ganar del mal que hoy nos da un signo: ¿Por qué el mal reconoce a Dios y nosotros (que nos consideramos buenos) no? Es que seguimos actuando como si no reconociéramos a Dios en medio de nosotros.
¿Nos preocupamos de escuchar a los profetas de hoy, es más, tenemos conciencia de que somos profetas y como tal debemos actuar?
Sería de alabar los esfuerzos que cada uno hagamos para hacer que todos los hombres conozcan la voluntad de Dios.
Señor concédenos la gracia de escuchar tu Palabra y al mismo tiempo que seamos capaces de transmitirla a todos aquellos que nos rodean.