V Domingo del Tiempo Ordinario
Febrero 9 de 2020
Primera Lectura: Libro de Isaías 58, 7-10 Salmo responsorial: Sal 111 1, 4-5. 6-7. 8a, y Sal 111 9 Segunda Lectura: Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-5 Santo Evangelio según San Mateo 5, 13-16
Reflexión
SOMOS SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL MUNDO
Nuestra vida tiene sentido cuando todos los días, cada día lo hacemos particularmente importante para trascender nuestra existencia, que desde la fe descubrimos que ella depende de Dios y que todo lo que recibimos procede de Él. Recordemos la reflexión o conclusión que saca Job cuando reconoce que desnudo salió del vientre de su madre (cf Job 1,21), que todo lo ha recibido de Dios, nos enseña a ser desprendidos o no hacer depender nuestra vida de las cosas. Hoy nos encontramos con un texto verdaderamente hermoso en el libro de Isaías donde se nos garantiza que en la medida en que seamos capaces de compartir con el necesitado nuestra vida va adquiriendo toques de trascendencia porque en la medida en que nosotros practicamos la caridad, que las podemos llamar las obras de misericordia nos vamos sintiendo libres, no habrá obra que nosotros realicemos que sea capaz de superar la CARIDAD, ella nos da libertad y nos une más íntimamente a Dios, que como dice el apóstol Juan es Amor.
Obrar la caridad es como hacer el ejercicio de ser sal de la tierra y ser luz del mundo, ya el mismo Señor en el evangelio nos dice: “Por sus obran los conocerán” (cf Mateo 7,16-21). Debemos tener claro que no toda obra “buena” se puede llamar caridad, pues yo hago algo bueno en favor de otro pero estoy reclamando mi paga, estoy reclamando un reconocimiento, estoy pidiendo que me pongan el pedestal de la fama, es allí, cuando hagamos la caridad donde tenemos que poner en práctica aquella recomendación del Evangelio: “Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha." (Mt 6,3). No se hace necesario buscar reconocimientos, de todos modos si estos se dan los debemos asumir con gratitud y sobre todo con humildad.
La vida está sostenida en los grandes o pequeños detalles, lo importante es que cada uno de ellos constituya nuestra manera de estar con los demás, buscando solo el agradar al Señor, no en vano está la palabra del Señor Jesús que nos dice: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis." En definitiva no seremos libres, tampoco seremos sal de la tierra o luz del mundo sino no sincronizamos nuestra vida con el sentir de la Sagrada Escritura y en particular con lo que encontramos en el Evangelio.
Por último nos encontramos con la reflexión que hace el apóstol Pablo a los corintios, no es el que-hacer humano el que trasciende, no es la sabiduría humana la que nos debe convencer, es realmente la acción del Espíritu Santo la que nos hace elocuentes ante la comunidad, porque el Apóstol con su testimonio claro nos hace entender que nuestra condición humana es frágil; el Apóstol dócil a la acción del Espíritu evangeliza con “autoridad” porque él sabe marcar la diferencia entre hablar y enseñar desde lo simplemente humano y lo que significa hacerlo desde la moción del Espíritu Santo.
Busquemos ser libres, ser sal de la tierra y luz del mundo, así garantizamos nuestra comunión con Dios y con los hermanos, estamos sembrando diariamente la semilla del Evangelio y de la fe.
Unámonos al salmista con la intención de serlo siempre:
“El justo brilla en las tinieblas como una luz” Sal 112 (111),9