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IV Domingo de Cuaresma

Marzo 22 de 2020

Hacer click en la imagen para ver las lecturas del día

Primera Lectura: I Samuel 16,1, 6-7, 10-13 Salmo responsorial: Salmo 23,1-6 Segunda Lectura: Efesios 5:8-14 Santo Evangelio según San Juan 9,1-41

Reflexión

LA MIRADA DE DIOS NO ES COMO LA MIRADA DEL HOMBRE


La humanidad nunca ha estado sola, siempre hemos estado con la compañía de Dios, por eso vemos como para Israel el Señor le asiste por medio del rey, que hace las veces de orientador de la comunidad en nombre de Dios. Lo cierto es que el rey es una elección que hace libremente el Señor, no es el privilegio que una persona quiere demostrarle a otra por afecto o por garantizar para el futuro un favor a nivel personal.


En el caso de la elección de David nos damos cuenta que no es la presencia o la edad la que prima, es ante todo la “vocación” el llamado que hace Dios a una determinada persona para un servicio especial y especifico, de ahí que nosotros debemos acatar a la autoridad legítimamente constituida. También el elegido ha de responder con generosidad y responsabilidad al llamado y a la elección.


Nos encontramos con el tema de la luz, que en la historia de la salvación ha tenido siempre una relevancia especial, esta luz es la que tiene porque la ha recibido quien es llamado por Dios para que ejerza en medio de la comunidad una tarea que lleve al conocimiento de la verdad contenida en la Escritura y verdad que se debe vivir en comunión con los demás por eso encontramos al respecto lo que nos dice san Pablo: “El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad.” (Ef 5,9)


A Dios no le interesa que vivamos en las tinieblas, pues ellas son sinónimo del pecado y de la distancia a la que nos pone el pecado con respecto a Dios, el pecado nos aparta de Dios y por supuesto de los hombres a quienes nos debemos en el servicio y en la justicia.


Aquel ciego es un signo fehaciente de lo que quiere el Señor de nosotros, él recobra la luz de sus ojos y ve las maravillas que el Creador ha hecho para nosotros, pero lo más importante no es ver con estos ojos físicos que como dice el dicho popular “se los han de comer los gusanos”, lo más importante e saber ver con los ojos del alma para reprochar la injusticia y el mal trato que reciben tantos de nuestra parte. Sin la luz de los ojos del alma siempre viviremos en las tinieblas así el sol nos brille sobre nuestra cabeza.


Hay que buscar la luz que es Cristo, hay que buscar la luz de la gracia que seguramente nos ayudará a responder a la vocación a la que hemos sido llamados con generosidad y con alegría, teniendo en cuenta que así estamos dando testimonio del amor de Dios en medio de nosotros.


Cuando tenemos la luz del alma tenemos suficientes razones para confesar que creemos en Jesús como Dios y salvador (cf Jn 9,35), en cambio, aunque tengamos la luz de los ojos no vemos a Dios porque nos da miedo confesarlo ante los hombres, nos da miedo lo que ellos nos puedan hacer, tememos las represalias que se vengan entre nosotros (cf Jn 9,21-22), lo cierto es que el que era ciego enfrenta la realidad y da testimonio (aunque un poco tímido) acerca de Jesús, un Jesús que era desconocido para él, pero que más adelante lo va a conocer porque Jesús lo va a encarar como ya lo vimos antes.


Nosotros como el Ciego que recupera su visión estamos llamados a dar testimonio de Cristo, solo importándonos permanecer en Cristo Señor, Rey y Pastor. Recordemos pues que el único Rey es Cristo, el elegido y ungido del Padre y que tiene la plenitud del Espíritu Santo, ´por eso nos unimos al salmista para reconocer a este Rey también como Pastor:


“Yahveh es mi pastor, nada me falta.Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce, y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre”

Sal 23, 1-3

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