Tercer Domingo de Pascua
Abril 15 de 2018
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Primera Lectura: Hch 3, 13-15. 17-19.
Salmo responsorial: Sal 4, 2. 7. 9 (R/. cf. 7)
Segunda Lectura: 1 Juan 2, 1-5
Evangelio según san Lucas Lc 24, 35-48
Reflexión
La ignorancia no debe ser en nosotros lo predominante en nuestra existencia, no podemos desarrollar nuestra vida correctamente cuando nos desentendemos de la necesidad de conocer, y sobre todo conocer a Dios. Pedro recalca a los judíos que precisamente fue por ignorancia que le dieron muerte a Jesús, un hecho que requiere de nosotros un ejercicio de conversión.
Salir de la ignorancia es abrirnos a los planes de Dios, es decir, no debemos conformarnos con aquello que llamamos la “fe del carbonero”, no quiero decir que esto sea malo, pero si es más deseable que nos preocupemos por conocer los fundamentos de nuestra fe, dándole un espacio importante a la razón.
Conocer a Dios nos acerca de una forma especial a su amor; del conocimiento que tengamos acerca de Dios, que ha resucitado a su Hijo Jesús, dependerá la fuerza de nuestro testimonio ante los hombres y en especial frente aquellos que quieren negar la realidad de Dios en el mundo y en la historia de los hombres y de los pueblos.
Los discípulos de Emaús son para nosotros una motivación para que con atención escuchemos la Palabra de Dios y dejemos que nuestro corazón arda en el amor que esa palabra transmite desde su misma fuente inspiradora que es el Espíritu Santo.
Si no escuchamos con atención la Palabra, difícilmente seremos capaces de descubrir a Jesús en el Pan de la Eucaristía, notemos como primero el Maestro se acerca a aquellos hombres entristecidos, les va tocando el corazón con su Palabra y luego ellos son capaces de reconocerlo.
El que escucha la PALABRA y se alimenta del PAN DE LA EUCARISTÍA, no solo experimenta en su interior la presencia de Dios que es transformadora, sino que se hace proclamador de ese encuentro, de esa experiencia.
Hagamos de la Palabra y de la Eucaristía el banquete que no sólo nos alimenta, sino el banquete que nos une y nos compromete con el anuncio del evangelio. Un evangelio que se transmite desde el amor que le debemos a Dios porque lo conocemos, porque ya hace parte de nuestra vida, porque sabemos que Él está en mi prójimo.
No podemos dudar en afirmar que Palabra y Eucaristía se fundan en un único amor, en el de Dios que se da a todos los hombres.