XI Domingo del Tiempo Ordinario

Junio 17 de 2018

Primera Lectura de la profecía de Ezequiel 17, 22-24

Salmo responsorial: Salmo 91, 2-3. 13-14. 15-16 (R.: cf. 2a)

Segunda lectura: De la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 5, 6-10

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 26-346

Reflexión

Quien admira un árbol frondoso, lo hace atraído por su belleza, por su follaje, por su grandes ramas, por la sombra que proporciona, etc. Hay también quien no lo lo determina o lo que es más grave quiera destruirlo, hasta lo intenta y lo lesiona, no obstante, también hay quien quiera rescatarlo y lo protege y hasta rescata una de sus ramas para sembrarla de nuevo, es lo que hoy nos muestra el profeta Ezequiel.

El árbol de que se trata es de un reino abatido (v. 22), de la dinastía de David, y precisamente esa rama que se rescata es aludiendo al Mesías, quien nos acoge a todos como las ramas de aquel grande árbol que también dará frutos.

¿Qué más encontramos en este texto de Ezequiel? Encontramos la invitación a la humildad, si miramos bien la lectura descubrimos un “bosquejo” del cántico de María, ver Lc 1, 46-55, donde se resalta la humildad, y como el más pequeño es elevado, lo que tenía apariencia de “ya no”, es convertido en un signo de salvación y de presencia de Dios en medio de los hombres.

El profeta nos garantiza la palabra de Dios como aquella que es irrefutable y al mismo tiempo como aquella que no se dejará de cumplir (v. 24)Un aspecto que nos señala el apóstol Pablo es la confianza, así entonces cuando nosotros sembramos la semilla en un tierra abonada, estamos convencidos que esta va a crecer y sobre todo que va a dar fruto, recordamos lo que sucedió con el cedro, una ramita (enclenque a los ojos de los hombres) se convierte en árbol frondoso, así siendo Dios el que pone el crecimiento la semilla de mostaza se convierte en una hortaliza capaz de albergar aves.

Tanto el cedro como la mostaza son signos que nos hablan del Reino de Dios, donde todos cabemos, pero que a cada uno le toca poner de su parte para que ese reino se haga realidad.