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XIII Domingo del tiempo ordinario

Julio 1 de 2018

Click para ver las Lecturas del día

Primera Lectura: Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

Salmo responsorial: Salmo 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b (R.: 2a)

Segunda lectura: Corintios 8, 7. 9. 13-15

Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43


Justicia y fe en la vida del Cristiano


A Dios lo conocemos con una variedad de nombres (Padre, Creador, Señor, Amor, Misericordia, Dios de los ejércitos, Señor de la Justicia, etc.), siendo cada uno de ellos una fuente de espiritualidad cristiana, una vía que nos permite conocerlo más y amarlo mejor.


En este Domingo, DÍA DEL SEÑOR, la Palabra nos permite resaltar entre muchos aspectos que a mi juicio son indispensables los siguientes dos:


1. La Justicia, así lo descubrimos en la primera lectura cuando el libro de la sabiduría nos dice: “Porque la justicia es inmortal”. (1,15), y quien más justo que el mismo Dios y Él es al mismo tiempo inmortal. ¿Pero qué entendemos por justicia? Una pregunta que a lo mejor no nos hemos hecho, pero sí la reclamamos, porque es cierto todos tenemos derecho a la justicia y también estamos llamados a ejercerla con respecto a los demás, es en definitiva honrar a Dios en los hermanos y en nosotros mismos.


La justicia es el ejercicio cotidiano de la caridad, allí donde el amor es vivido como el compartir diario la justicia se fortalece, pues ella se convierte como en el ojo que lo ve todo, descubriendo dónde tiene o debe obrar. La justicia es tener el talante para reconocer las virtudes o talentos que se tienen y poderlos compartir con los hermanos, favoreciendo el crecimiento personal y el de los demás.


La justicia implica el respeto y la delicadeza con los otros, tratando de reconocer a Dios en ellos; debemos estar convencidos que el ejercicio de la justicia agrada a Dios porque esta se ha aplicado a los hombres que Él ha creado a su Imagen.


El Catecismo de la Iglesia en el número 1929 nos dice al respecto de la Justicia:


“La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la sociedad, que está ordenada al hombre:


La defensa y la promoción de la dignidad humana ‘nos han sido confiadas por el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia’ (SRS 47)”.


Nuestra vida cristiana ha de estar regida por la justicia, ella garantiza la estabilidad de la persona, la familia y la sociedad, pues cuando ella no está presente en el que-hacer diario del hombre se está generando un caldo de cultivo para la violencia y la perdida de la dignidad humana.


2. Encontramos también como un segundo elemento importante, la fe, aquella virtud teologal que es una respuesta pronta y generosa del hombre a las revelaciones constantes de Dios al hombre. Podemos estar seguros que la mujer del Evangelio acude a Jesús porque ella ha visto en Él signos de benevolencia, de misericordia y de mucho amor, es por eso que se atreve a tocar por lo menos la orla de su manto, acción concreta, llegar hasta Jesús, tocarlo con fe y recibir el favor pedido.


La fe en nuestra vida no puede ser palabra que se a veces se pronuncia, ella tiene que ser una virtud de la que se tiene conciencia para que sea el motor de nuestra respuesta a Dios.


No podemos olvidad que la fe es un regalo, un don de Dios a los hombres, y es precisamente desde la fe que nos deja reconocer a Dios para que vivamos la justicia como envolvente de nuestra existencia.


Dejemos pues que sea la Palabra de Dios la que nos mueva a obrar siempre la justicia con alegría y con entusiasmo y así nuestra respuesta de fe se compagine con la voluntad de Dios.


No podemos dejar pasar por alto la actitud de Jesús: ¿quién me ha tocado?, es Él quien se da cuenta de nuestras necesidades, Él quiere hacer el milagro en favor de cada uno en concreto por eso quiere poner enfrente suyo a la persona que lo ha tocado, en este caso a la mujer que se había gastado toda su fortuna (material) buscando la sanación. De pronto no había buscado la oportunidad de usar aquella fortuna espiritual, la fe, que la podía poner en contacto con Dios y también de forma inmediata la sanación integral de su vida.


No dejemos encerrada nuestra fe, dejemos que ella fluya y se derrame en nosotros como un manantial de agua fresca y viva.


Digámosle a Dios hoy: Gracias por ser nuestro Creador, gracias por darnos la capacidad de obrar la Justicia y gracias por la fe que nos permite confesar tu nombre en todas las circunstancias de nuestra vida.



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