XIX Domingo del tiempo ordinario

Agosto 12 de 2018

Primera Lectura: Primer libro de los Reyes 19, 4-8

Salmo responsorial: 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 9a)

Segunda lectura: carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 30—5, 2

Lectura del santo evangelio según San Juan 6, 41-51

Reflexión

¿A quién no le ha hecho falta el pan? Todos algún día hemos tenido hambre, hemos sentido fatiga y quizás hemos tenido incluso con qué comprar algo pero no hay un sitio para suplir la necesidad, esto seguramente ha dañado nuestro genio y hasta detestamos el hecho de haber emprendido tal viaje.

Elías nos puede resultar un ejemplo claro de esa realidad que acabamos de señalar, lo cierto es que aquí encontramos que Dios anima al hombre a que no decaiga, lo alienta para que siga su camino que es largo, ese camino lo ha de recorrer con la certeza que va a tener las fuerzas necesarias que lo llevan a la meta; esas fuerzas las adquiere a través del pan, este pan es figura de otro pan que tendrá más poder: aliviar, sanar, despertar la esperanza, sentirse con los demás.

Estoy convencido que aquel que se alimenta del Pan de la Eucaristía va experimentar lo que hoy nos dice el apóstol Pablo: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,31-32). Es que en la persona donde vive Cristo la vida se convierte en una alabanza a Dios que de manera sobresaliente se manifiesta en la relación fraterna. Una relación de hermanos que nos va a ayudar a dejar pasar la vida en la comunión con Dios, en un camino que nos va diciendo que el reino de Dios está más cerca.

Hoy el Evangelio nos invita a que reconozcamos al mismo Jesús como el verdadero pan de vida, es decir, la vida se siente interesante cuando ella tiene un referente claro y especifico, en este caso es el mismo Cristo.

¿Será que cuando celebramos la Eucaristía somos conscientes que se trata de un encuentro personal con Dios, con Cristo?

Hagamos de la celebración de la misa una oportunidad única para que nuestro espíritu se regocije con el Señor que todo lo puede y todo lo transforma haciéndolo nuevo y trascendente.

Cuando celebramos y participamos en la Eucaristía como en verdad la gran fiesta del Cristiano entonces podemos decir con el salmista:

“Bendigo al Señor en todo momento,su alabanza está siempre en mi boca;mi alma se gloría en el Señor:que los humildes lo escuchen y se alegren”.

(Salmo 33, 2).