XXI Domingo del tiempo ordinario
Agosto 26 de 2018
Primera Lectura: Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Salmo responsorial: Sal. 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23
Segunda lectura: Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-32
Lectura del santo evangelio según San Juan 6, 61-70
Reflexión
Un verdadero líder es aquel que sabe serlo, esto quiere decir que él no impone a la fuerza lo que se debe hacer o no, es aquel que es capaz de dar testimonio ante un gran número de personas, así lo hizo Josué. ¿Pero quién era Josué? Un hombre de Dios, uno que estaba al lado de Moisés y a él le aprendió ese liderazgo, a él le aprendió a conocer a quien es que hay que seguir. Josué recibe la misión de orientar al pueblo después que Moisés muere, lo hace con lujo de detalles confesando públicamente que el iba a seguir al Señor: “Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.” (24,15), ese nosotros se refiere a la familia, que bueno que hoy cada familia tuviera un JOSUÉ (este Josué aquí es un nombre, que en cada familia se llama papá, mamá, etc.) que con valentía y decisión sigue al Señor, en quien están puestas todas sus esperanzas.
El seguir o no al Señor es una decisión que se toma libremente desde la conciencia personal, pero que a la vez puede estar iluminada por el testimonios de los distintos Josué que nos encontramos a lo largo de la vida. Decíamos que el verdadero líder es aquel que no oprime, antes por el contrario es el que coopera en la liberación de las personas que tiene al lado, hoy nos encontramos con un texto (Segunda lectura) que hoy produce varias reacciones en pro y en contra, es decir muchos tratan el texto de machista, otros quieren polemizar, lo cierto es que trata de dejar ver la necesidad de la armonía que debe existir en la familia, donde cada uno de los esposos tiene responsabilidad, y donde cada uno conserva su propia dignidad, que es el asunto más importante, por eso quiero resaltar los siguientes versículos de la la lectura que estamos comentando:
“Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia.”(vv 22-23)
“Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.” (v25)
La clave para entender este texto es necesariamente el amor, es condición absoluta, no se trata de vivir bajo el mismo techo pero en condiciones de esclavitud y de ultrajes; se trata de buscar un ambiente de armonía y de comunión entre los cónyuges que en su vida deben reflejar a Cristo, es más, los esposos han de tener la idea clara que a ellos se les ha dado por parte de Dios hacer visible la Iglesia de Cristo. El Concilio Vaticano IIama a la familia “Iglesia doméstica” (cf L.G.11) y la característica fundamental de la Iglesia es ser dispensadora de la gracia de Dios. Cada familia es, guardando las proporciones, una dadora de las bendiciones de Dios. Y ¿cómo se logra este objetivo? La respuesta es clara: ambos esposos deben reconocer a Cristo como cabeza visible de la familia, así se garantiza que el amor y la verdad que es Cristo, es el ceñidor de nuestra cintura. (cf Ef 6,13-14)
Jesús en el evangelio continuamente nos reta a cosas grandes: a perdonar hasta setenta veces siete, a dejar padre, madre, a no llevar nada para el camino, etc. Hoy el reto es grande, les habla poniéndoles un reto aún mayor: es reconocerlo como el absoluto, como el verdadero Dios y Señor, es necesario tenerlo a Él como el que da la auténtica vida. Para muchos esto resulta escandaloso ye imposible de comprender. En efecto muchos se fueron, quedando solo los apóstoles, que también son interrogados: “–¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67) ¿Nos hemos sentido alguna vez seriamente interrogados por Cristo? ¿En qué momentos de nuestra vida? ¿Cuál ha sido nuestra respuesta?
Del seguimiento que tengamos de Cristo dependerá nuestra vida, no se trata de mantener una relación intermitente con el Señor, es más bien sostener una relación continua que favorezca nuestra vida y nuestras decisiones.
Nuestra respuesta última debe ser siempre la de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. (v.68)
Es Él, Cristo quien tiene vida eterna, es Él quien habitando dentro de nosotros nos va a gobernar nuestra existencia de tal manera que todo lo que hagamos será una experiencia que nos realiza y nos conforta en la esperanza de un mejor mañana en una eterna compañía con Él.
Cuando se vive según la Palabra de Dios podemos tener siempre la seguridad que hoy el salmista nos comparte: “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca”. (v 2).