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XXVIII Domingo del tiempo ordinario

Octubre 14 de 2018

Imagen tomada de Google

Primera Lectura: Libro de la Sabiduría 7, 7-11

Salmo responsorial: Sal 89,12-13.14-15.16-17

Segunda lectura: Carta a los Hebreos 4, 12-13

Lectura del santo evangelio según según san Marcos 10, 17-30


Reflexión


Hoy se dan premios y estímulos (nobel, ser pilo paga, etc.) para destacar que una persona es inteligente, sabia, pero siempre en ese ámbito social y humano. La Palabra de Dios nos recuerda que debemos pedir la prudencia que da como resultado la sabiduría, ciertamente una sabiduría distinta a la que ofrece o reclama el mundo secular, se trata de la sabiduría del espíritu que es otorgada gratuitamente por el mismo Espíritu Santo y que permite al hombre tener una visión más completa sobre la realidad de sí mismo y del mundo que lo rodea y del cual ha sido constituido como administrador de la creación (cf Gn 1,26); no se quiere insinuar que el conocimiento que adquiere el hombre de lo meramente humano y de las cosas (ciencia) sea despreciable, lo importante es que aquel hombre que alcanza unos altos niveles de conocimiento científico, no deje de reconocer que esas capacidades provienen de Dios y así, este hombre sea capaz de agradecer a Dios por los dones recibidos.


Es común ver o escuchar promociones que están destinadas a obtener beneficios inherentes al cuerpo o propagandas que estimulan a obtener el poder o a sobresalir sobre los demás, incluso encontramos libros con títulos como estos: “La Receta del Éxito” de Juan Manuel Barrientos, “Coaching para el éxito” (Crecimiento personal) de Talane Miedaner, y todos estos textos nos hablan de superación pero no aparece la búsqueda de Dios.


Yo pienso que es urgente y necesario que miremos hacia Dios, que busquemos la verdadera fuente de la sabiduría; es que buscarla equivale a buscar el reino de Dios.


La sabiduría, la prudencia, la inteligencia cristiana la encontramos extraordinariamente expuesta en la Palabra de Dios, que como nos recuerda el Apóstol es como espada de doble filo, es decir, ella penetra hasta los tuétanos de nuestro ser. Es que la Palabra divina es esa lámpara que se mantienen encendida para iluminar nuestra conciencia y por ende toda nuestra vida.


La clave para tener la sabiduría y ser prudentes está en buscar al Maestro que es bueno y en Él no tenemos pierde -como decimos popularmente-. Dejemos que sea el Maestro quien oriente nuestra vida y ella tendrá pleno desarrollo, teniendo además la alegría y la esperanza como elementos que contribuyen sobremanera a darle un sentido trascendente a nuestra existencia.


La sabiduría divina, la que viene del Espíritu Santo es la que hace la diferencia con la sabiduría del mundo, en la primera, la pobreza se convierte en un motivo para dar gracias, se aprende a vivir en la austeridad, en la simpleza, en cambio cuando nos dejamos llevar de la sabiduría que da el mundo, en muchos casos ella nos proporciona riquezas (dinero, posesiones, etc.), pero cuando no hay una preparación interna para el desprendimiento, y nuestro corazón está tan apegado a esas cosas, si por circunstancias de la vida hay necesidad de renunciar a ellas, viene la depresión, la angustia, que pueden llevar a determinaciones realmente catastróficas para la persona e incluso para su círculo familiar o de amigos.


La sabiduría nos da la posibilidad de buscar con insistencia el reino de Dios, haciendo uso correcto y mesurado de los bienes que debemos administrar con responsabilidad.


Oremos hoy con el salmista:

“Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.” (89,17).




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