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XXX Domingo del tiempo ordinario

Octubre 28 de 2018

Imagen tomada de Google

Primera Lectura: Libro de Jeremías 31, 7-9

Salmo responsorial: Sal 125, 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 3)

Segunda lectura: Carta a los Hebreos 5, 1-6

Lectura del santo evangelio según según san Marcos 10, 46-52


Reflexión


Cuántos nos quieren impedir que hablemos, que expresemos nuestro sentimiento; cuántos quieren silenciar también a la Iglesia que en su status de profeta quiere denunciar la mentira, las falsedades y los engaños a los que son sometidos tantos hombres y mujeres en el mundo de hoy.


Hay ciegos que quieren ver, pero, hay muchos que quieren que estos sigan ciegos, sumidos en la ignorancia; el evangelio de hoy nos presenta a un Hombre que sí se preocupa por que todos veamos la realidad que nos rodea, es decir quiere que gocemos de libertad, ver es ser libre, cuando vemos pero no queremos “ver”, entonces somos ciegos. El ciego del evangelio quería ser libre y por eso con mayor fuerza e instancia llamaba a Jesús, incluso con uno de los títulos mesiánicos “Hijo de David”.


La ceguera del alma es una esclavitud que hace estragos, que nos está diciendo que somos presa fácil del pecado; porque tener luz en el alma es tener conciencia, es poder distinguir entre lo bueno y lo malo, entre aquello que me construye y me edifica y lo que me destruye. La luz del alma es sinónimo de una conciencia bien formada.


Jesucristo el Sumo Sacerdote es el encargado de ofrecerse a Dios como Víctima por todos para que así no haya ciegos, para que todos podamos ver con la luz de la razón y de la fe, es decir, que en una persona que ve según Cristo, el hijo de David se constata un verdadero fundamento para seguirlo a Él, al estilo de Bartimeo.


La Palabra de Dios es maravillosa, más aún cuando el profeta nos invita en esta ocasión a explotar de alegría, esperanza y de felicidad, regalos que no están orientados a un grupo cerrado de personas, allí todos cabemos.


Pero quién podrá expresar esa alegría y esa esperanza? La respuesta es evidente: aquel que puede contemplar a Dios desde lo íntimo de su corazón, aquel que lo puede seguir con libertad, aquel que puede dar testimonio de Jesús salvador de los hombres, aquel que no se deja arrebatar el derecho de identificar a Cristo como el que lo puede todo.


Dejémonos contagiar de Bartimeo que en un primer momento es la fe que lo lleva a implorar el favor de Dios, y en segundo lugar es esa fe y la gratitud lo que lo lleva a seguir a quien le ha dado la luz no sólo de los ojos físicos sino también y ante todo la luz del alma.


No podemos ser ciegos ante las maravillas que Dios realiza en nosotros, Él siempre nos auxilia, hace de nuestra vida un motivo para saltar de júbilo, de alegría y para dar gracias siempre.


Con el Salmista podemos unir nuestras voces diciendo:


“Proclamad, alabad y decid:

El Señor ha salvado a su pueblo,al resto de Israel.” (S 125, 2ab).



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