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XXXIII Domingo del tiempo ordinario

Noviembre 18 de 2018

Imagen tomada de Google

Primera Lectura: Profecía de Daniel 12, 1-3

Salmo responsorial: Sal 15, 5 y 8. 9-10.11 (R.:1)

Segunda lectura: Carta a los Hebreos 10, 11-14. 18

Lectura del santo evangelio según según san Marcos 13, 24-32


Reflexión


El libro de Daniel data del año 167 A.C., de género apocalíptico; nos habla implícitamente de la resurrección utilizando el término “despertarán” que se convierte en una invitación a estar en sintonía con esta verdad escatológica de la vida eterna, destinación desde siempre para el hombre. Siempre que se habla de vida eterna pensamos en el ser humano, máxime cuando se trata de éste como imagen de Dios.


Al leer este pasaje del libro de Daniel encontramos una coincidencia con la realidad que estamos viviendo no solo a nivel de la vida política, económica, social del mudo, sino también la realidad de una vida sofocada que está viviendo la Iglesia en muchas partes del mundo, muchas veces promovida o causada por los mismos pastores de la Iglesia o por personas que están más vinculadas (pertenecen a los grupos) a la misión que ella realiza, y que con su manera de vivir dan de qué hablar.


Con razón el Papa Francisco recientemente nos invitó a que invocáramos al arcángel Miguel para que defienda a la Iglesia de las asechanzas del enemigo que entra allí donde el espíritu del hombre está descuidado, apartado del amor de Dios. Parece que estamos en la “era” de nuestro enemigo el Diablo, pues la situación en la que vive el mundo hoy es de una descomposición familiar, social, política, hay tensiones entre los países, y claro, entre tantos hombres y mujeres hay cristianos católicos que pueden estar involucrados en esta debacle que experimentamos y de la cual estamos siendo testigos. Precisamente es allí donde se requiere la intervención de Dios a través de sus ejércitos celestiales, que nos convenzan acerca de la necesidad de cambiar nuestras maneras de ser.


Es necesario que tengamos en cuenta que nuestra vida está destinada a la eternidad, pero no es simplemente una eternidad, nos tenemos que preguntar de qué se trata, es decir que nosotros debemos no solamente aspirar sino también trabajar por alcanzar la vida eterna pero contemplando la presencia de Dios, así cara a cara. En definitiva no podemos dejar de pensar en la muerte (que se hace necesaria) para que pensemos también en la resurrección, de allí se desprende la urgencia de alejar al espíritu del mal de nuestra cotidianidad.


La presencia de Miguel como defensor es una premonición de la obra de Dios en la persona Única e incomparable de Jesús, Él es en definitiva el que ha recibido de Dios la MISIÓN en favor de todos los hombres de llevarlos al conocimiento de la verdad y a la plenitud de la vida eterna en la resurrección, poniendo al enemigo bajo el estrado de sus pies.


Hoy se nos hace la invitación a tener la Palabra de Dios en cuenta vida, el Señor es contundente cuando nos dice que cielo y tierra pasarán, es decir, todo perderá su vigencia, lo que permanece para siempre y jamás pasará es su Palabra, es que Él (Jesús) mismo es la el Verbo que por nuestra justificación se ha hecho hombre, Él es el Hombre que permanece para siempre, así es como entendemos aquello de : “Muchos de los que duermen en el polvo despertarán unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua”. (Dn 12, 2-3), la condición para despertar para la vida eterna es precisamente tener la palabra de Dios siempre como un argumento de vida.


El salmista nos invita que sea el Señor nuestra herencia, nuestra pertenencia, por eso oremos así:


“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;

mi suerte está en tu mano”. (Salmo 15, 5)





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