Solemnidad del Corpus Christi
- Pbro. Mauricio Molina - Párroco
- 23 jun 2019
- 3 Min. de lectura
Junio 23 de 2019
Primera Lectura: Génesis 14, 18-20 Salmo responsorial: Salmo 109, 1bcde. 2. 3. 4 Segunda Lectura: Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26 Santo Evangelio según San Lucas 9, 11b-17
Reflexión
La Eucaristía, no es noticia nueva, es el centro de nuestra fe cristiana, más aún, como Iglesia que se alimenta de los sacramentos, la Eucaristía es el pilar fundamental porque ella es la fuente y el culmen de toda su existencia. Podemos afirmar que todos los sacramentos restantes tienen como fin último la Eucaristía, quizás alguno puede preguntar, no se puede afirmar lo mismo de la Unción de los enfermos? La respuesta es sí, mi alma es reconfortada y es puesta a disposición del encuentro con Cristo resucitado y Cristo es la misma eucaristía.
Toda la vida de la gracia en la Iglesia parte de la Eucaristía, como de su fuente y tiende a ella como a su fin.
Los episodios que encontramos hoy en las lecturas nos muestran el pan como un alimento común, que el mismo Cristo ha elevado a la dignidad de sacramento-memorial, así nos lo recuerda el mismo Pablo.
La invitación de hoy es valorar la Eucaristía en su más profundo sentido, descubrir en ella la presencia real de Cristo en esas especies consagradas por las palabras del sacerdote y por la efusión del Espíritu Santo.
Yo sigo convencido que aún no le hemos dado el sentido de presencia real de Jesús en medio de la comunidad en este sacramento, nos falta mirar la Eucaristía con un verdadero sentido místico, trascendente, donde se puede aspirar desde la espiritualidad eucarística a alimentar dentro de la Iglesia lo que ella misma significa, es decir, procurar la comunión, la fraternidad, la solidaridad y muchos otros elementos que enaltecen nuestra condición de hijos de Dios.
Quisiera terminar mi reflexión con las palabras del santo Juan Pablo II cundo nos escribió en la Carta Encíclica Ecclesia de Eucaristía lo siguiente:
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: « He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.”
Vivir en la Iglesia es procurar para ella una vida de santidad que no se puede lograr al margen de la eucaristía, no podemos forjar el cuerpo de Cristo saludable este no se alimenta de este Pan bajado del cielo.
Adorar la Eucaristía es adorar el misterio de Cristo en comunión con el Padre en el Espíritu Santo, así lo recitamos en cada misa que celebramos: “Por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.” En esta doxología queda patente la intervención trinitaria en el sacramento más grande que Dios le ha regalado a los hombres que hacemos parte de la Iglesia.
Celebremos siempre la Eucaristía con la dignidad que ella en silencio nos reclama. Amén.
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