XIV Domingo del Tiempo Ordinario
- Pbro. Mauricio Molina - Párroco
- 5 jul 2019
- 2 Min. de lectura
Julio 7 de 2019
Primera Lectura: Isaías 66,10-14c Salmo responsorial: Sal 65 Segunda Lectura: Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 6,14-18 Santo Evangelio según San Lucas 10,1-12.17-20
Reflexión
VOCACIÓN A LA LIBERTAD
Nuestra vida cristiana alcanza su pleno sentido en Cristo, así nos lo transmite san Pablo, pues él se gloría en la cruz Cristo. Es a partir de este presupuesto como se motiva nuestro espíritu a buscar la Jerusalén del cielo, es decir a buscar con diligencia, con constancia el reino de Dios.
No es mentira que todos los día nos hablan de paz, que la paz aquello, que lo otro, que cada uno es responsable de ella, etc. La paz no la estamos entendiendo como se debe entender, porque creemos que ella es un discurso que ya está elaborado, que la paz nos tiene que venir como bajada del cielo, no, ella nos nos viene así porque es desde la actitud que cada uno asuma frente a la relación con Dios y con los demás; se hace necesario entonces emprender un trabajo de conversión interior, donde cada uno se convierte en receptor de un mensaje que quiere transformarnos y así podamos aportar a la paz que viene de lo alto y que cada uno debe aceptar con corazón limpio y renovado.
Dios y concretamente Cristo nos designa como ministros evangelizadores, nos envía de dos en dos como signo de comunidad, nos envía insistiendo en que nuestro interés no este mirando solo a lo material, por el contrario envía desprovistos de lo material para que concentremos nuestra atención en Él que todo lo puede.
Nuestro trabajo está solo encaminado a dejar el nombre de Cristo en alto, no se trata de buscar aplausos y reconocimientos humanos, se trata es de buscar que nuestros nombres estén inscritos en el Libro de la vida, es decir, que nos ganamos con hacer o realizar grandes obras, de hacer que otros nos obedezcan si lo hacemos solo con el criterio humano de buscar reconocimientos efímeros, pasajeros, que no nos sirven para nada, o lo más grave alcanzar que otros nos obedezcan por temor, por miedo, etc. Creo que para seguir a Cristo, para hablar en su nombre, se tienen que tener en cuenta los siguientes aspectos:
Saber cuál es la meta a la que nos dirigimos (La Jerusalén celestial)
Qué gloria es la que buscamos
Qué efectos buscamos con nuestro servicio misionero
Siempre debemos estar conscientes que somos discípulos (personas que seguimos aprendiendo de Dios) y misioneros que no se quedan con lo aprendo, sino que con amor lo comparten con los demás, buscando en ellos el crecimiento en la fe o la conversión en muchos casos (hay tantos que saben tan poco de Dios).
Saber que el servicio misionero o evangelizador es un aporte a la Iglesia que nos ama y cuenta con nosotros.
Llevar en nosotros el mismo entusiasmo que caracterizó a los Setenta y dos.
Por último reconocer en los Setenta y dos el llamado que hace el Señor a los laicos, así nos damos cuenta que la tarea evangelizadora y misionera de la Iglesia no es exclusiva de los sacerdotes.
En nosotros tienen que resonar las palabras del salmista:
"Aclamad al Señor, tierra entera.”
Sal 65,1.
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