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XIX Domingo del Tiempo Ordinario

Agosto 11 de 2019

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Primera Lectura: Sabiduría 18,6-9 Salmo responsorial: 32,1.12.18-19.20.22 Segunda Lectura: Carta a los Hebreos 11,1-2.8-19 Santo Evangelio según San Lucas 12,32-48

Reflexión

Nuestra última esperanza se funda en la liberación final que Cristo ha venido a darnos en nombre de Dios Padre, liberación que se ha anunciado desde siempre, así lo vemos en el libro de la Sabiduría.


Para alcanzar la liberación se hace necesario que tengamos en cuenta que la fe es la plataforma para que cada día este proyecto liberador se vaya realizando paulatinamente como una aceptación de Dios en nuestra vida, este proceso implica de nuestra parte un desapego a las cosas terrenas y no nos demos al servicio de ellas sino a las cosas del cielo, que en definitiva son aquellas que debemos buscar con vehemencia, con interés, con decisión, es decir esto implica un total convencimiento que nuestra vida tiene que estar siempre en salida, como nos dice el Papa Francisco, estar en salida estar con la cintura ceñida, es decir siempre preparado a acoger la invitación que el Señor nos hace constantemente a liberarnos de todo aquello que nos ata a este mundo.


Hablando de liberación no podemos pensar en pequeño, es necesario pensar en grande, esto es pensar en los demás, en nuestros hermanos, donde seguramente vamos a encontrar a muchos que nos reclamen razones para para creer en la vida eterna, para estar siempre preparados, para ser capaces de desprendernos de lo que nos ata, que nos impide caminar hacia la casa del Cielo.


Ahora, porque debemos crecer en la fe? Porque los israelitas creyeron, porque Abrahán, Moisés y los profetas del Antiguo Testamento creyeron firmemente en las palabras y en las promesas del Señor. Debemos crecer en la fe porque María creyó y dio un SI que comprometido a toda la humanidad a caminar sin miedos y sin reservas con dirección a la Tierra prometida que se llama el Cielo. Debemos creer porque los apóstoles no se reservaron para ellos sino que muchos de ellos derramaron su sangre por dejar en alto el nombre de Jesús a quien ellos mismos lo reconocieron como verdadero Dios y Señor de la existencia humana.


Lo importante es que no miremos nuestra liberación como algo que está lejos, ella se va dando paulatinamente y en la medida en que nosotros no perdamos el horizonte que se marca en tres puntos fundamentales de Cristo: su encarnación y nacimiento, su pasión y muerte y por último su resurrección y ascensión al cielo. Ya nos dice la Sagrada Escritura Cristo es el primogénito de toda creatura y por tanto nos ha precedido en la muerte y en la resurrección.


La liberación se hace realidad cuando nosotros nos decidamos a ser buenos, a ser mejores, a ser santos, por eso nos unimos al salmista y le digamos al Señor:


"“Aclamad, justos, al Señor,

que merece la alabanza de los buenos.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,

el pueblo que él se escogió como heredad”

Sal 32,1


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