XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Octubre 20 de 2019
Primera Lectura: Éxodo 17,8-13 Salmo responsorial: Sal 120,1-2.3-4.5-6.7-8 Segunda Lectura: Segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3,14–4,2 Santo Evangelio según San Lucas 18,1-8
Reflexión
Moisés es signo elocuente de la perseverancia en la súplica a Dios, pero es importante notar que a la perseverancia de Moisés se le suma la colaboración de algunos de ellos que le sostienen las manos en alto y también le proporcionan cierta comodidad para que su oración no sea interrumpida por la distracción o el cansancio. En el episodio que aquí se bosqueja vemos el elemento fundamental que hace que el hombre fije su confianza en el Señor, se trata de la fe, pues es indiscutible que tanto Moisés como sus acompañantes tienen la certeza que es mediante la oración que invoca a Dios la que obtiene el favor del Señor.
En conformidad con la necesidad de elevar la oración al Señor está vigente, latente que se tenga el conocimiento de la Palabra de Dios, así nos lo recuerda San Pablo cuando le escribe a Timoteo: “…ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.” (2Tm 3,15). También es una Palabra que enseña, corrige y en definitiva nos pone en consonancia con la voluntad de Dios.
El apóstol Pablo, digámoslo claramente, le exige a Timoteo, que por cierto es persona joven, que no puede perder oportunidad o espacio para anunciar con claridad el Reino de Dios desde aquella sabiduría que proporciona la Escritura a quien se acerca a ella con fe; yo pienso que esta exigencia también es para cada uno de nosotros porque no hemos asumido la responsabilidad concreta con nuestra condición de hijos de Dios y a veces nos callamos cuando de verdad tenemos que hablar para corregir, para enseñar, para iluminar decisiones e incluso para defender la fe, la Iglesia, la familia y hasta la vida.
Dios es la medida justa para que nuestra vida de cristianos sea en verdad una respuesta a Dios que quiere contar con nosotros para la construcción de su Reino, a esto nos invita el salmista, a mirar a Dios:
“Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.”
Sal 120, 1