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XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

Noviembre 3 de 2019

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Primera Lectura: Libro de la Sabiduría 11, 23 - 12, 2 Salmo responsorial: Sal 144, 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14 Segunda Lectura: Segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 1, 11 - 2, 2 Santo Evangelio según San Lucas 19, 1-10

Reflexión

DIOS ES GRANDE Y MISERICORDIOSO


El apóstol Pablo ofrece su oración en medio de la comunidad para que Dios nos considere dignos de nuestra vocación, pero ¿cuál es esa vocación? Indudablemente la santidad, porque Dios nos ha creado para que nos realicemos plenamente, esa realización es un proceso que se va realizando paulatinamente a lo largo de nuestra existencia, esto exige de nuestra parte que vivamos en un constante proceso de conversión y de una búsqueda constante por fortalecer nuestra comunión con Dios.


Nuestra conversión está ligada a una serie de actitudes frente a lo que somos y frente a lo que es Dios, hoy el autor sagrado en el libro de la Sabiduría nos recuerda con el modo de él hablar a Dios, que el mundo, y por tanto nosotros que estamos en él, somos como un grano de arena (cf Sb 11,23), también que el amor de Dios es maravillosamente grande, tan grande que Él siempre está dispuesto a perdonarnos porque ama la vida y quiere que nuestra existencia sea plenamente feliz.


Por otro lado encontramos que el hombre tiene en su interior un deseo por conocer a Dios, así lo podemos constatar con el caso de Zaqueo que hace esfuerzos por ver a Jesús, aunque no es suficiente con verlo, se le hace urgente conocerlo para asumir actitudes que comprometen toda la vida. También notamos que Jesús se interesa por aquel hombre a quien mira con amor y bondad y lo llama para compartir con él en su propia casa.


Qué bueno que en todos se despertara el deseo por conocer, amar y seguir a Jesús, no escatimemos esfuerzos para que esta experiencia con Jesús nos mueva a obrar siempre la conversión apoyada en la obras de caridad y de desprendimiento de las cosas terrenas. Podríamos decir que Zaqueo después de tener la presencia de Jesús en su corazón y en su casa toma las palabras del salmista, también nosotros debemos seguir este ejemplo, que se convierte en un testimonio vivo de sentir a Dios en la propia vida:


“Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,

bendeciré tu nombre por siempre jamás”

Sal 144,1


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